12 de junio de 2008

Johan Cruyff, el exponente del Fútbol Total.

En principio fue el verbo... bla bla blá. Y el séptimo día Dios creó el fútbol. Algunos dicen que fue en la Europa medieval. Otros más aseguran que fue en China. Algunos osados juran y perjuran que fue en un potrero bonaerense o en una favela de Río. Yo digo que no. Que todas ésas son patrañas. Yo digo que el fútbol nació en los pies de un muchacho de Ámsterdam que vadeaba un canal con una pelota de cuero dura de puro frío. Yo digo que quizá ese muchacho se llamaba Jaap. No. El muchacho se llamaba Johan. Johan Cruyff, pero sus amigos le decía “Joppie”. El mismo muchacho escuálido que se estrenaría al poco tiempo en la selección holandesa, que marcaría un gol, que dejaría sorprendido a todo mundo por su manera de desplazarse sobre la cancha y que, al final, noquearía al árbitro de un puñetazo. Todo en el mismo partido de su debut.

Como bien lo dice Valdano, el fútbol de Cruyff siempre navegó a contracorriente. Despreció con toda su alma el juego defensivo y, en un fútbol supuestamente moderno donde se privilegiaba la sobriedad y la eficacia, él se aferró a lo más viejo: el balón. Monopolizó la posesión de la pelota y al poco tiempo ésta rodaba entre uno y otro punto naranja (el color del uniforme holandés) con un frenesí inusitado. De Cruyff a Neeskens, de Neeskens a Krol y de Krol a Rensenbrink. La mejor defensa, claro, es el ataque.

Le llamaban la Naranja Mecánica. Pero nada tenía de mecánica, ni de metálica, ni de rígida. Al contrario. El equipo holandés, con su base en los jugadores del Ajax, era un organismo vivo e inteligente, de cambios incesantes e inesperados. En ese organismo funcional cada jugador era legión. Lo mismo iba que venía, subía que bajaba, atacaba que defendía. Todo de manera precisa y vertiginosa. Sus rivales no podía más que detenerse a contemplar semejante prodigio de equipo. Johan Cruyff era el genio orquestador de esa sinfonía materializada sobre el pasto. Lo que maravilló al mundo en esa ocasión no era otra cosa que el sistema llamado “fútbol total”, desarrollado por el técnico Rinus Michels. La pieza que ejecutaban sus músicos era fruto de su ingenio. Esa misma partitura había llevado previamente al Ajax, entre el ’72 y el ’74, a anotar en promedio cien goles por temporada y a que su guardameta impusiera un récord de minutos en la liga sin recibir anotación. En este sistema ninguna posición es fija: todos los jugadores deben defender y todos deben atacar. La libertad e independencia de cada jugador es capital. Pero el método de Michels es mucho más complejo de lo que se antoja en apariencia, pues poner en marcha una maquinaria de relojería implica por fuerza preceptos rigurosos y milimétricos donde ninguna pieza debe fallar.

Esa Naranja Mecánica (que algún despistado periodista brasileño llamó “la desorganización organizada”) fue la sensación y el alma de la fiesta durante el mundial de Alemania ’74. Era tanto el desenfado de Michels que, contrario a la disciplina que imponen esos casos, les permitió a todos sus jugadores viajar con sus esposas o con sus novias hasta la concentración de Alemania. ¿El resultado? Jugadores alegres y despreocupados. Una fiesta fuera y dentro de la cancha. Todo en brillantes tonos naranjas. El gozo primitivo de todo juego que tanto echamos de menos en los días que corren.

El enfrentamiento más significativo entre el fútbol total y el que podría ser su antítesis por excelencia, el intransigente catenaccio italiano, tuvo lugar en 1972, durante la final de la Copa Europea de Campeones. El club iniciador del fútbol total, el Ajax de Ámsterdam, se enfrentó en la final al Internazionale de Milan. ¿Quién salió vencedor de este choque entre escuelas tan disímiles en estilos? El Ajax, por supuesto, con dos goles de Cruyff.

Por Tryno Maldonado, amigo anónimo de Zacatecas, México.