
En la cada vez más desenfrenada carrera por el triunfo, en este loco mundo en que sólo parecen servir los ganadores (en la vida y en el fútbol), el legado que dejó el inolvidable Rinus Michels hace añicos los manipulados discursos de los vendedores de éxitos y para comprobar que también, por fortuna, existe otra historia. Que no todo es ganar, que no todo es la vuelta olímpica, que no todo es la gloria o el cadalso.
Michels, quien murió en 2005 a los 77 años, ya era un mito mucho antes de su desaparición física. Y lo era por su manera de entender el juego, por el modo en que lo dignificaba y por su mano maestra, sabia, para crear uno de los más grandes equipos que se hayan visto en las canchas: la selección holandesa de 1974. Una selección que no fue campeona: perdió la final del Mundial de ese año ante Alemania, el anfitrión. ¡Qué horror!, dirán los eternos afiliados al "ganar es lo único". ¡Qué maravilla!, dirán (diremos) los que enarbolan la bandera del fútbol-juego, del fútbol-arte, del fútbol sin dramas, del fútbol con sonrisas; los que rememoran aquella joya incomparable que fue La Naranja Mecánica.
Fútbol total se llamó a la revolución que implementó Michels en esa Holanda de Cruyff, Van Hanegem, Neeskens, Krol, Haan y Rep. Fútbol total porque llenaba el campo como nunca lo había hecho otro equipo. Y porque la premisa era que jugaran todos. Y todos jugaban. A partir de un 4-3-3 elástico y ambicioso, con una presión ultraofensiva que servía primero para asfixiar al adversario y para conseguir la pelota, y después para partir masivamente en busca del ataque, con libertades absolutas para recorrer cualquier sector del campo. Se desmarcaban, cubrían los espacios, aparecían por las zonas menos pensadas; no tenían fronteras para jugar. Y cada uno de ellos, fenomenales exponentes, respetaba a la número cinco como condición esencial. Michels era el técnico afuera; Cruyff, adentro.
En el primer minuto de la final en Munich, Holanda se pareció a una máquina perfecta que no le dejó tocar la pelota a los alemanes. Fueron cerca de quince toques seguidos de las camisetas naranjas que desembocaron en un penal a Cruyff y en el posterior 1-0 que selló Neeskens. Al cabo, Alemania ganó 2-1. "Los segundos no salen en la foto, no existen", se ufanan los adoradores del exitismo. Falacias. ¿Quién se acuerda de aquella Alemania campeona? Casi nadie. ¿Quién se acuerda de aquella Holanda subcampeona? Todos, sin el casi siquiera. Rinus Michels escribió otra historia, una historia de las mejores. Y por eso su leyenda será como su fútbol: total.
Por Miguel Angel Bertolotto - Diario Clarín Deportivo.